Cada vez que dais mi orientación por heterohecha me empujáis de malas maneras, me dobláis las extremidades
y me replegáis sobre mí misma hasta que me convertís en una masa casi evaporante que espachurraís para poder cerrar ambas puertas del armario.
Entonces echáis la llave y os dais la vuelta como si no notarais a mi alma retorciéndose para salir de ahí.
Lo peor eran esas veces que de tanta heteronormatividad inyectada, os creía, y casi que me encerraba yo misma para por lo menos coger una postura no tan contracturante.
Ya no me escondo , pero creedme: cansa mucho petar la cerradura desde dentro una y otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario