A la hora de dormir el sueño se esfuma.
Recuerdos que parecen nuevos corretean por mi mente haciéndome sonreír y lloriquear a partes iguales.
Sed, frío, calor, ganas de hacer pipí, lo que sea menos paz.
Los ojos se me cierran pero aun a través de los párpados molestan unas lucecillas traviesas, que son como los restos de la actividad del día.
Una canción se repite en la cabeza una y otra vez, pero solo la frase más pegadiza.
Mierda, qué de cosas tendría que haber hecho hoy...
Intento imaginar algo bueno del día que viene al despertar, a ver si así la voluntad vence al imsomnio.
No funciona y mis problemas han dado tantas vueltas ya en el cerebro que pierden el sentido.
Escucho a mi perro respirar profundamente y trato de acompasarme a sus pulmones.
Contar ovejitas y otros trucos populares requieren una mente mucho más en blanco de lo que está la mía...
Cojo el móvil una y otra vez... maldito vicio. Ni siquiera tengo ganas de hablar con nadie... [o con nadie que tenga ganas de hablar conmigo].
Otra noche más como tantas que siempre acaban igual que lo está haciendo esta: con cualquier idea escrita a papel o en digital, para acabar olvidada, guardada en mis cajones o publicada en mi blog, dándome orgullo, melancolía o vergüenza al releerla.
Al final caigo cada noche, pero por la mañana no recuerdo como lo conseguí y me toca empezar de cero.
¡Qué complicado es dormir desde que no despierto donde quiero!
No hay comentarios:
Publicar un comentario